Anal

8 Oct

Como los sombreros y los bolsos, las cuestiones del trasmundo, ese que se oculta en la apariencia de las cosas, también sufre modas. Del mismo modo que las prendas exhibidas sobre una pasarela dictan cortes, colores, figuras e, incluso, tallajes, los gurús, nigromantes o iluminados también indican a sus fieles los caminos de ese señor, naturaleza, o entidad que rije ese laberinto de actos que se desenvuelve a nuestro alrededor. Somos peces en una pecera donde hay peces a los que les gusta imaginar que la pecera está sumergida en un acuario. Cosas de la transparencia de los llamados 4 elementos. Si la tierra no te entra en un ojo llevada por el viento, o pones la mano sobre la hoguera impulsado por el frío con que la lluvia te cubre, pues eso, que no te das ni cuenta de que existen. A partir de cualquiera de esas circunstancias siempre aparecerá alguien, sumergido en los efluvios de una lógica tan borrosa como las lágrimas por el polvo en la córnea o la ampolla en el dedo chamuscado, que descubrirá un más allá, una confabulación del universo que sólo se muestra a los elegidos, a quienes en lugar de meterse el dedo en la boca, consideran la redondez de la ampolla y como de ahí se puede aprender un código enviado por los extraterrestres, por los intraterrestres o por el rostro de algún santo que se adivina en el interior de aquella llaga. Vete a ver cómo surgió el pensamiento místico; de dónde le brotó a aquel antepasado nuestro la idea del velo que cubre transparente la realidad. Quién fue el primero en despertar a sus hermanos de la tribu en mitad de la noche mediante alaridos de inspiración ultraterrena y, sobre todo, quién sobrevivió a tal acto sin que le dieran una manta de palos por despertar a los demás a tales horas de la noche. En el momento en que la mente se acerque a elucubraciones sobre este resbaladizo territorio, vemos que brotan preguntas como géiseres que hasta pueden achicharrar y turbar al sujeto pensante por tanta clarividencia, y más si este arrebato nos llega en ayunas o con resaca.

El caso es que la historia, período de la humanidad del que se guarda testimonio escrito, demuestra que el hombre es un ser ávido de lecturas que le indiquen el futuro, esa abstracción cronológica donde los humanos cometeremos idénticos errores a los que jalonaron el pretérito. Pero sí, el humano es muy lector. Así, a bote pronto, los romanos abrían animales, sobre todo pájaros, y sus sacerdotes indicaban lo que sucedería en la batalla, por ejemplo, con cierta antelación. Por el contrario, los pueblos germánicos, más apegados a cosas de la tierra interpretaban la disposición sobre el césped de ramitas lanzadas al vuelo, o las famosas runas de las que no se tiene ni idea de su alfabeto mistérico, pero que aún existe quien dice que las sabe adivinar por aquello de que está en contacto con los vikingos a través de un ADSL con operador de bajo coste. Mucho más reciente, de moda en Nueva York hace dos años, aparecieron las señoras que estudian las bolas de cristal y los naipes. En Fuengirola existe un restaurante que atrae clientela no sólo por su comida, sino por la capacidad del dueño de adivinar en los posos del café. Yo, que si acaso me meto un ron después de cenar, me quedé sin conocer mi estrella porque el hielo del fondo se ve que no es material sobre el que los arcanos puedan trazar ningún texto. Sin embargo, debemos tener fe en el progreso de la humanidad. Por ejemplo, la última tendencia quiromántica, furor entre ricos de Miami, consiste en la lectura de los pliegues del ano que, al parecer, contextualizados por la morfología de los glúteos avisan al individuo de no sólo cuál fue su pasado, cosa de la que muchas y muchos no se enteran, sino de cuáles serán los vericuetos de un destino que avisa por aquello de no ser traidor. Si a esta revelación divina sumamos las afirmaciones de esa secta naturista que predica una inusitada capacidad que tal agujero tiene para absorber energía con sólo mostrarlo al sol durante tres minutos cada mañana, concluiremos que los humanos hemos abandonado la era de Acuario para entrar en un tiempo anal, no oscuro, pero sí de probables consecuencias marrones.

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