De reyes y bancos

26 Dic

alcaponeMi profesor de filosofía en Martiricos, D. José Lasaga, me enseñó un par de conceptos sobre los que he montado y desarmado parte de mi deambular por la existencia. Un hombre tampoco llega a tener muchos más a lo largo de su vida. Una buena idea, de esas que cimientan la idea de mundo y del existir, basta para que alguien alce una miseria moral o un sendero privado por el que uno se conduce sin muchos aspavientos hasta el último paso. La discreción me parece más interesante. Uno se queda sin los aplausos de la fama pública efímera, pero también evita los ridículos siempre de tan largo e insistente recorrido cronológico. Ahí queda la biografía de Hitler, frente a la de cualquier madre de familia que crió a sus hijos con honradez. Humildad y silencio. El paso de la mano sobre el agua, en modo zen, como el ser sobre el tiempo. Pero también existe quien necesita de estridencias y fanfarrias para vivir, o al menos no pudo o no se atrevió a evitarlas. En las últimas semanas hemos asistido a espectáculos de dos instituciones que no conocen su papel en este universo o, por no ser tan pretenciosos, en esta sociedad. Un aquí, un ahora y un nosotros. Cláusulas suelo y lamentos de una Infante de España.
Tras el discurso de Su Majestad en Nochebuena, uno puede sospechar que este monarca, tal vez, conozca el guión del personaje al que la vida lo obliga. El principal problema de la monarquía como institución es su carácter hereditario y su compromiso con la historia desde la cuna. La Fiscalía de Menores debería intervenir en este asunto. La monarquía supone un maltrato y explotación infantil que doblega la personalidad de los niños convertidos por cadena sucesoria en sujetos de escaparate. El caso es que durante días anteriores, varios medios publicaron las palabras de la Infante Cristina con las que traslucía su desencanto hacia esta sociedad española que la juzga junto a su marido. Una segunda Juana la Loca muertecita de amor que demuestra que jamás se enteró de quién era, ni qué hacía aquí, ni qué tenía que entregar a esta España que heredó a los Borbones tanto como ellos heredaron su trono. A esto sumamos a Juan Carlos I matando elefantes cual dentista de Nebraska, o a la compiyogui que no sabe silenciar el teléfono con sus malas junteras. Ese trabajo escolar de qué es un Rey para ti, debería de ser realizado por la propia Casa Real para que los demás nos enterásemos de qué es un Rey para el Rey y allegados. Todo un desprestigio para los colegios donde fueron educados los miembros de esta familia.
Si miramos los muros de la patria mía, así en plan quevediano, leemos que la banca española ha sido condenada a devolver los euros estafados mediante cláusulas suelo. En España aún no se ha establecido las distinciones entre un banco y un casino, ni se han hallado las siete diferencias entre un trilero y un ejecutivo bancario. Una gran parte de la banca y sus directivos, tras realizar sus exclusivistas y elitistas MBA en las mejores universidades, lejos de impulsar pequeñas y grandes empresas, o custodiar los depósitos de sus clientes, no sabe obtener beneficios si no es bajo los mismos parámetros que los carteristas o los del timo de la estampita. Con un uso inmoral y criminal de los tecnicismos aprendidos en sus másteres, doblegaron a jóvenes que necesitaban una hipoteca, y encandilaron a abueletes con pocas letras que se fiaban de tipos y tipas en corbata y minifalda que, arropados por el escenario de una oficina, no tuvieron ningún reparo en hacerles firmar lo que sabían que era un engaño, ordenado por sus generales, pero cumplido por los esbirros con gran celo.
Mi profesor de filosofía me explicó que Sócrates no concebía el hecho de que una persona educada pudiese delinquir. Marx adoptó iguales conclusiones. Para ambos y los sistemas políticos herederos de su pensamiento, el saber suponía un antídoto contra la maldad humana. También yo lo creí de joven pero me malearon las esquinas de buen mármol y oropeles. Metí la navaja de Ockham en el bolsillo y ahora corto los razonamientos obtusos. Quien puede lo hace. El desencanto.

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