A clase

12 Sep

Hoy comienza otro nuevo curso escolar. Lo que en otras sociedades incluso significa una jornada de celebración colectiva, aquí se inicia tintado por esos goterones de desprestigio que sobre los docentes salpicaron Esperanza Aguirre y Ana Botella, ambas la más clara prueba de que en efecto existen maestros tan malos que ni las eneñaron a razonar. A mí lo que cualquiera de estas dos políticas diga, la verdad, me trae sin cuidado; ambas han demostrado hasta el hartazgo que su equipaje intelectual se reduce al neceser. El problema no son ellas ni su grupo de palmeros, el problema es que sus palabras corretean por los medios de comunicación y a veces arraigan en los territorios sociales menos propicios para que la idea de que el maestro, igual que el médico, el funcionario -así a bulto-, el policía e incluso el político, no trabaja y cobra del tesoro público. Este mismo viernes asistí involuntario a un monólogo improvisado en el bar de un barrio de esos por donde nunca pasarían ni la Aguirre ni la Botella. En aquel cenáculo con intelectualidad de muy baja tensión un tipo vociferaba a todo aquel que quisiera mantenerle la mirada, lo vagos y lo malos que eran los maestros. No sé si aquella criatura se ha reproducido, o nos ha hecho el favor de que su ADN no siga ensuciando el planeta, pero si alguna vez se viera obligado a acudir a la Jefatura de Estudios de un Centro escolar, se sentaría frente a una persona a la que odia de antemano y a quien percibe como alguien desprestigiado incluso por políticas que salen en la tele y hablan fino. De poco vale las explicaciones ofrecidas por la Aguirre después de su eructo; el primer titular ya funcionó como un torpedo a la línea de flotación del necesario prestigio de los docentes. Una clara incoherencia germina esta mañana en familias que mandan a sus hijos a clase con tipos y tipas a los que previamente se ha, si no insultado, al menos puesto en duda. Los niños no son tontos y aplican la deducción lógica con mayor lógica que la Aguirre y la Botella, o señora de Aznar ¿Por qué va a aguantar a alguien del que en casa dicen que es un chupón y lo único que quiere es tener vacaciones? Es verdad que hay maestros malos, pero también los hay peores, como los que ahora se sentirán avergonzados de haber formado a la Aguirre y a la Botella.

Aún quedan amplios segmentos sociales que guardan odio a la escuela. Las y los nacidos en los principios de los años sesenta del pasado siglo, cuando el baby-boom y el desarrollo de la economía española basado en la emigración interna y externa, se vieron inmersos en un sistema educativo selectivo. La escuela-cernedor. La función de las escuelas e institutos consistía, entre otras cosas, en uniformar la sociedad española bajo la ideología del nacional-catolicismo y en segmentarla de forma piramidal, una elite dirigente y una masa obrera preparada para obedecer. En este tipo de sistema el fracaso escolar se consideraba un elemento natural del aula y el maestro se convertía en un educador de niños sumisos mediante el uso de la violencia si encartaba. Quienes ahora nos acercamos a la cincuentena podemos contar anécdotas y anécdotas sobre guantazos, palmetazos, brazos en cruz, de rodillas contra la pared y demás. En parte de aquella legión de desheredados del sistema aún flota cierto rencor hacia unas aulas y unas figuras que en su día no sólo inculcaron miedo sino además un sello de marginalidad. En esos pastos es donde prenderá la llama que defecó la cochambre ideológica de la Aguirre y la Botella, señora sólo de Aznar. En otras sociedades ya digo que el inicio de curso se celebra con desfiles y festejos. Yo prefiero la discreción de una maquinaria que funciona sin que nos demos cuenta y hoy arranca un motor que siginifica la civilización, la luz contra las tinieblas de la ignorancia, el triunfo de la humanidad frente a la animalidad. Cada pupitre es un escalón hacia el sueño de una sociedad feliz, cada maestro la mano que ayuda. Hoy comienza el curso, un motivo de alegría.

Una respuesta a «A clase»

  1. José Luis, te felicito por tu artículo. Es rotundo, ácido y radical -en el sentido más puro y literal del término- pero no por ello resulta menos ponderado. Gracias por tu esfuerzo y hasta otra!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *