Evolución

2 Jul

primateDesde Darwin sabemos que sobreviven los organismos que se adaptan al medio. Sin embargo, los humanos nos sentimos al margen de estas circunstancias y en el fondo creemos que dios nos hizo así, tal cual, de golpe. Adán, Eva y la hipoteca variable. Ese concepto creacionista que subyace a nuestra idea del mundo ocasiona que no entendamos ciertos comportamientos en nuestra propia especie. Por ejemplo, por qué la mujer (al menos la mayoría que conozco y la mayoría que conocen mis allegados y sus allegados y también los allegados de estos últimos) ha desarrollado una capacidad inhibidora de la postura de descanso del varón. La hembra humana se irrita si ve al macho en actitud de pausa, hecho que se agrava si además el macho está tranquilo. Hagan el experimento si comparten casa con alguna hembra de la especie o similar, y quédense tumbados en el sofá con cara de satisfacción. A los pocos minutos la hembra, o similar ejecutará a su alrededor una danza compuesta por movimientos espasmódicos y articulará mensajes en una frecuencia fónica muy aguda con alusiones al polvo depositado en los cristales exteriores del hogar, o sobre las lámparas; por último, insuflará un campo energético negativo en la sala, cuyos efectos sólo cesarán una vez que el macho emita señales que revelen un alto nivel de testosterona en sangre y, sobre todo, una gesticulación indicativa de que modificará su anterior postura sosegada que cambiará por los trapos y el limpiacristales con los que frotará una superficie que él, sin embargo, por efectos de su óptica, considera limpia.
Mi teoría al respecto se basa en un anclaje de la evolución antropológica enraizado en nuestros ancestros. El primate macho primitivo se encontraría en igual posición que el moderno pero en el interior de una caverna, pongamos durante un período glacial. La hembra, como sucede en muchas otras especies, temerosa por el alimento de la prole, desarrolló la estrategia de danza ritual molesta acompasada por gruñidos que se referían a las estalactitas y a la suciedad que albergaban hasta que consiguiera que el macho se armase de su garrote y lleno de energía se lanzara hacia el exterior gélido y allí la descargase sobre el primer buey almizclero al paso. Así hemos llegado hasta nuestros días, sin bueyes almizcleros a la puerta de casa pero con iguales conductas a las que no podemos sustraernos por mor de la genética, el subconsciente colectivo y una carencia de estudios sobre nuestra especie ajenos a prejuicios políticamente correctos.

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