Malaguf

9 Ago

Ya está aquí, ya llegó, la fiesta arregladita pero informal de Málaga está a punto de estallarnos de alegría. A partir del viernes fuegoartificiado y hasta la eternidad -ya sí que sí-, la mejor feria del sur europeo, qué digo, del sur universal, nos llenará las tardes de orgullo y las copas, de moscatel de alejandría, con todos los malagueños e invitados brindando por el éxito rotundo y definitivo de esta causa tan noble y que tanto tiene que ver con lo más profundo del sentimiento identitario de cualquier sociedad, en este caso, la nuestra. ¡Ole mi feria!

Afortunadamente, Don Francisco y, la que sin duda le sucederá en el cargo, Doña Teresa Porras, conscientes de tal importancia y del valor añadido que supondría, precisamente, distinguirse de las demás fiestas de nuestro entorno en lo que realmente nosotros mismos ensalzamos como propio y diferenciador, exclusivo pero incluyente -historia, folclore, cultura… en suma, tradición-, y además, teniendo en cuenta las críticas recibidas, cada vez más desaforadas, por parte, en mayor medida, de los residentes del Centro que se han visto obligados a malvivir con el caótico modelo Malaguf (sic), absolutamente descontrolado, que se impuso en su ámbito cotidiano durante décadas de feria padecida e indeseable, por todo ello, decía, por buscar la identidad, encontrar la diferenciación y por el bochorno que ha debido generar en De la Torre y Porras comandar una propuesta de feria como la del botellón de orín con las bragas en la mano que nos han ofrecido hasta el último ejercicio, se decidieron al fin, tras el balance del año pasado, a aceptar el reto de apostar por el golpe de timón necesario que pusiera rumbo a una feria sostenible, en la que todos los malagueños quepamos y que corrija los terribles errores consolidados por la dejadez y sus omniscientes ausencias.

El resultado, tras un año de esfuerzo, citas, encuentros, reuniones, grupos de trabajo, estudios científicos, recepción de propuestas, ensayos y planificaciones consensuadas, mirándose a los ojos y cogiditos de la mano, Teresa y Paco, Paco y Teresa, será esta nueva feria del Centro, 2017, que tanto nos agradará y que romperá con la tónica de ser lo peor que nos ha ocurrido en cuanto a las panderetas desde que la filoxera nos dejara las entrañas mudas hasta en el cante jondo.

Esta feria, primera de muchas, que mirará al mar verdialero, con sal de malagueñas en las comisuras del terral y pescaíto frito en los labios, que olerá a biznaga y a estiércol de poniente, con jábegas mansas en el horizonte, sin vino peleón en las calles, ni navajas bandoleras, ni ríos de la vergüenza que la crucen, con el botellón justamente prohibido a cualquier hora del día o de la noche, como sus altavoces agoreros, con premios a la mejor tapa y al mejor menú entre bailes memorables, esa feria vigilada y controlada, ¡qué alegría! que cumpla horarios y expectativas a rajatabla… esa feria que nos gusta, además, tendrá un programa. ¡Un programa apetecible! ¡Un programa cultural con dinero de por medio!¡Qué de vueltas le habrán dado a esos museos inservibles, para integrarlos, también, en la feria nueva de agosto! Ni una plaza sin su evento diverso, sin más relleno gratuito. Una semana grande donde se invierta más que en la del Cine, mucho más menudita en idiosincrasia aunque no lo sepan algunos. Una feria sin sombreros mejicanos. ¿Será posible? Con la décima parte de lo que se gastan en el museo más caro del mundo que culturiza desde la Palmilla hasta el Palo, se preparará esta feria contemporánea que nunca más dejarán a su libre albedrío ni Teresa, ni Paco. Precursores ya de la verdadera tradición y la elegancia que nos distingue con 27 retoques. Una feria sostenible, ¿ya lo he dicho? Rotunda, consolidada y querida. ¿Me repito?

Devoradas las calles por la marabunta, con las cuentas que sí salen en el PIB de los holdings pero, al fin y al cabo, no en las de las urnas municipales, si este año no pasa, si no hay cambios en la feria podrida, será al siguiente. Y si no, al otro. Y si no… si no, pobres vecinos del Centro.

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