Qué frío

18 Ene

nevada-malaga-1954-vista-de-malagaHace frío. Nos lo han anunciado hasta el aburrimiento en los informativos, cada vez más especializados en incidir en lo obvio y en lo inane, con postales gélidas y reporteros envueltos en voluminosas bufandas. Yo no tengo una bufanda como las de los reporteros de la tele. Me pica el cuello con la lana, y además en Málaga no es previsible que cuaje la nieve, si llegara a caer. La última vez que cuajó una nevada, cuentan las crónicas locales que fue en febrero de 1954. Se suspendieron las clases en los colegios y los chiquillos se acribillaron unos a otros a bolazos de nieve. Dicen que entonces hacía más frío porque había menos coches, chimeneas y climatizadores, y también era de peor calidad la ropa de abrigo, y a los niños les salían sabañones en orejas, manos y pies.

Sin embargo, los que aún eran niños en 1954 vivían el frío con normalidad. Ignoro si la nevada de Málaga fue digna de la atención del NoDo, lo más parecido a los telediarios de ahora, pero he visto en Youtube una curiosa peliculita de aquel día firmada por Manuel Bravo Rosales, cineasta aficionado que captó, entre otras, una secuencia de chavalillos jugando a deslizarse por las laderas de La Alcazaba. Llama la atención el contraste entre la energía de aquellos niños mal abrigados y la pesada lentitud con que se desenvolvían los mayores, desacostumbrados a la helada costra que le había salido a la ciudad, o peor, algunos de ellos con memoria de haber sufrido rigores mucho más crueles en campamentos de refugiados al final de la Guerra Civil.

Qué frío. Qué frío da ver, casi ochenta años después, esas tiendas de campaña sepultadas en nieve donde hoy se ultracongelan familias sirias en campamentos en Grecia, en Italia, en Turquía. Se congelan sus cuerpos donde ya se congeló antes su estatus de ciudadanos del mundo; de hombres, mujeres, ancianos y niños amparados por una declaración universal de derechos humanos tan pisoteada como la nieve que cayó en Málaga el 2 de febrero del 54. Su frío nos llega (o no) a través de la pantalla del televisor según esté la agenda informativa. Estos días en que la ola de frío se acerca a nosotros no ha tocado. En los informativos reinaba Bárcenas, que no sabe nada de frío porque se lo llevó todo calentito.

Le pregunto a mi novia cómo andamos de calefactores en casa. Me dice que no me vuelva loco, que luego se va una pasta en luz. Qué frío se pasa en las casas en Málaga. Cuánto frío invisible en las casas donde no hay para pagar la luz, cuánto riesgo en ese encender velas o prender viejas estufas de gas o volver a los braseros de carbón. Cuánto frío con poco atractivo mediático en las chabolas de los Asperones, donde un montón de familias llevan esperando 30 años el desmantelamiento del poblado y su traslado a viviendas dignas, algo que le toca a la Junta de Andalucía, y el ayuntamiento en pleno se lo reclama mientras el alcalde saca pecho anunciando la apertura de una oficina en Calle Cuarteles para atender a los refugiados sirios si es que alguna vez se descongela su situación ignominiosa. A saber si cuando eso suceda la oficina les podrá prometer techos dignos y si nadie paga con los refugiados la ira acumulada por las injusticias locales.

Porque a diferencia de 1954, cuando la Declaración Universal de Derechos cumplía nueve años tratando de enmendar escenas de la Segunda Guerra Mundial que tanto recuerdan a las de ahora, nos acecha el peor de los fríos. La helada distancia con el sufrimiento ajeno. El triunfo de la ley del más fuerte. Ahí está, a punto de tomar posesión como presidente, Donald Trump, y si alguien de por aquí le rió la gracia cuando habló del muro con México pagado por mexicanos, ahora acaba de enseñarle los dientes a una Europa desunida, descreída, deprimida y dividida. Para morirse de frío.

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