Y tú más

3 Mar

senalarA todo se acostumbra el cuerpo. Incluso a compartir el almuerzo con las calamidades más terribles del telediario. La tragedia que se repite te inmuniza del espanto, supongo que por alguna cuestión neuronal o por alguna hormona que algún científico sabría identificar mejor que yo. El caso es –y me duele confesarlo- que cada vez estoy más habituado a oír algún escándalo relacionado con mis representantes legítimos en las instituciones más cercanas sin que se me inflame la vena del cuello. No sé si será una estrategia de los partidos políticos a nivel nacional, o si el ámbito se circunscribe a esta cortijada malagueña, pero qué penoso resulta llegar a reconocer que ya no me sorprende nada de nadie en cuanto a enchufismos y demás prevaricaciones que nos van revelando los diversos portavoces políticos a través de sus comunicados a la prensa, a veces, supongo, sin pruebas. La táctica que nos ofrecen unos y otros es la de destapar un nuevo caso de corrupción en cuanto me empiezo a indignar con el anterior y me aturdo, pues no me da tiempo a recomponerme ni a situarme ante el nuevo alboroto.

Me mantengo en pie en medio del ring pero no sé si me está sonando el móvil o está a punto de atizarme el subcampeón europeo del peso medio sin que el árbitro me acerque la toalla. Lo peor es que se suele mancillar el otrora buen nombre de algún político, sin que dé tiempo a que se esclarezca el asunto y por supuesto, sin que ninguna de las denuncias pase por los tribunales, con lo que te queda a ti, torpe ya de tanto quitar la mano del fuego, la duda, y al señalado, un gracioso mote de eterna sospecha.

Recuerdo cuando hasta no hace mucho tiempo, lo que primaba de un político era su honor. O eso creía yo. Ya no. En cuanto se descubre poca ética –o se calumnia sobre ella- de alguno de nuestros representantes locales, corre a la sede de su partido a ver si lo arropan o le dan la patada y después, si acaso, emite un comunicado conjunto con el jefe, donde se desmiente todo y se concluye con que el contrincante político hace lo mismo más un huevo frito. Se acabó el asunto y a por un nuevo caso que haga pasar página de éste.  

Pero la reacción de Rafael Fuentes, político que admiraré por su tenacidad hasta que un juez o un acto administrativo me convenza de lo contrario, no me la esperaba. Ha hecho lo mismo. En vez de apresurarse a dar la cara ante la opinión pública en su propio nombre para desmentir los hechos y dejar en mal lugar a los que supuestamente lo han calumniado, se ha ido al partido, dicen que ha presentado la dimisión –sin explicar las causas a los ciudadanos-, y sintiéndose arropado por el jefe, ha dejado que sea éste el que lo acompañe a poner la cara. Por supuesto, apostillando el “y tú más”, al referirse a los turbios asuntos municipales que, cumpliendo con su deber, ha ido sacando a la luz en los últimos tiempos. 

A mí, por una vez, no me ha gustado su proceder. Si de verdad ha presentado la dimisión, tendría que explicar los motivos. Y si así ha sido y ha echado marcha atrás, también. De frente, con seguridad, solo. Despejando cualquier incertidumbre.

Pero, o lo ha hecho muy mal personalmente –en mi opinión- o el aparato de prensa del PSOE no ha funcionado como debiera. Porque el resultado de todo este asunto, tan difuso, sólo va a plantear recelos en quienes no hayan seguido su labor. Y se pasará página. Pero no estará tan legitimado de sacar trapos sucios quien ha sido señalado y no ha sabido despejar todas las dudas sobre sí mismo de cara a la opinión pública, por más que lo hayan calumniado.

 

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