Ninguna herida es un destino

29 Oct

Hay quien ha sufrido heridas terribles. Algunos las han sufrido en la infancia, cuando todo está sin cuajar, cuando el alma está en carne viva. Una niña violada por su padre, un niño golpeado con crueldad por quien ha de cuidarle, una criatura que sufre un trauma psicológico por la contemplación de una escena terrorífica… Son heridas muy graves.
Muchas mujeres las han sufrido y las siguen sufriendo en relaciones de pareja torturadoras. Consuelo Alcalá acaba de publicar un libro, ‘La mujer del héroe’, sobre los malos tratos infligidos por su ex marido, el matador de toros Jaime Ostos. Ha tenido valor para hacerlo porque esa publicación despierta la vergüenza y la humillación, tantos años acallada por el miedo y por la cruel rutina. Provoca incluso la incredulidad de algunos (“él lo niega todo”, “él es un caballero”, “vete tú a saber”, “ésta lo hace por dinero”, “él también dice de ella”…) y el reproche de otros (“eso no se hace”, “ha tardado mucho en contarlo”, “tiene silencios sospechosos”, “hay contradicciones en el libro”, “qué vergüenza y sufrimiento para los hijos”…). Los casos de maltrato, lamentablemente, son casi infinitos. Raimunda de Peñafort nos cuenta doce sangrantes historias en su reciente libro ‘Una juez contra el maltrato’ (Janés, 2005).
El devenir de los síndromes traumáticos es variable: cuadros agudos, negaciones que reaparecen años más tarde, cuadros crónicos que organizan la personalidad, identificación con el agresor, personalidad amoral, glaciación afectiva, culpabilidad torturadora, constante desconfianza, psicología del superviviente… Estos cuadros son incontestables. Pero también es incontestable la posibilidad de superación. Nadie tiene un estigma indeleble en el alma. Nadie puede decir con propiedad: “Yo ya estoy muerto”.
Nunca es tarde para que una herida cicatrice. Sólo hay ahora en la vida. Siempre se está a tiempo de curar una herida aparentemente crónica, que sangra de forma persistente. El peligro y el error, pues, reside en llegar a pensar que esa herida no tiene cura y que supone una condena de por vida a la desgracia. Una maldición. Hay quien se siente marcado para siempre. “Jamás podré ser feliz”, piensa. Jamás me podrá querer alguien que me conozca bien.
Hay quien piensa que ya no merece la pena luchar, que ya nada tiene remedio porque “el mal está hecho” y las marcas causadas son indelebles. Hay quien decide que es mejor rendirse y dejar de esforzarse.
Recuerdo al lector aquella hermosa historia de las dos ranas que caminan por el cuello de una olla llena de leche fría. Se desafían para ver quién resiste más sin caer. Tropiezan y caen las dos dentro de la olla. Comienzan a patalear para salvarse. Una de ellas piensa: “Tarde o temprano voy a morir. ¿Para qué esta lucha estéril, este agotamiento progresivo?” Deja de patalear, cae al fondo de la olla y se ahoga. La otra rana se dice: “Tarde o temprano voy a morir, pero moriré pataleando”.
Y pataleó, y pataleó y pataleó. Fue sintiendo sus patas más pesadas cada vez. Hasta que, de tanto patalear, la leche se convirtió en manteca y la rana, desde la superficie sólida, pudo saltar fuera de la olla.
Leí hace tiempo un libro de Boris Cyrulnik titulado ‘Los patitos feos’ (Gedisa, 2002). El autor subtitula la obra con una frase que resume su tesis básica: “La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida”. La resiliencia es “una propiedad que define la resistencia de un material a los choques”. El autor utiliza el concepto como sinónimo de “resistencia al sufrimiento”. Señala tanto la capacidad de resistir las magulladuras de la herida psicológica como el impulso de reparación psíquica que nace de esa resistencia.
Con tan sólo seis años de edad, el autor de esta obra, consigue escapar de un campo de concentración, de donde el resto de los miembros de su familia, rusos judíos emigrantes, jamás regresaron. Sabe, pues, de lo que habla. Sabe (lo aprendió en el libro inagotable de la vida) lo que es la resiliencia. Neurólogo y psiquiatra, este profesor de la Universidad de Var (Francia), es uno de los fundadores de la etología humana y autor de numerosos libros.
Desde su propia historia explica a quienes se sienten condenados a una vida desgraciada que tienen en sus manos la posibilidad de ser felices, de convertir el recuerdo en un estímulo, de ser queridos por sí mismos (incluida su tragedia). Y también por otros que se acercan a ellos con una actitud positiva.
El libro ‘Los patitos feos’ transmite un mensaje de esperanza a todos los niños víctimas del maltrato, de la guerra, de la miseria existente en su entorno más próximo. Un niño herido, sostiene el autor, no está condenado a convertirse en un adulto fracasado. Este libro es un grito contra el fatalismo, contra la condena definitiva, contra la irremediabilidad de los traumas. Cyrulnik nos dice que no hay heridas incurables. Todos los patitos feos tienen en sus manos la posibilidad de transformarse en hermosos cisnes.
El peligro y el error, pues, reside en llegar a pensar que esa herida no tiene cura y que supone una condena de por vida a la desgracia. Para que se produzca un trauma hace falta golpear dos veces. Una con los hechos. Otra con un recuerdo torturador. Cuando se acaban los malos tratos no se ha producido ya el fin de la tortura. La vergüenza de haber sido una víctima, el sentimiento de ser menos, la sospecha de que a los demás no les ha pasado nada similar, el temor de que ya nada podrá ser ‘normal’, persiguen a quien ha sufrido malos tratos. El silencio sepulta el dolor y la vergüenza.
La superación supone el reconocimiento y la asimilación. No hay que negarlo. Sucedió. Pero con una actitud positiva hacia nosotros mismos podemos hacer que no nos destruya.
Digo esto respecto a las víctimas. Y todo el mundo suele entenderlo (las víctimas con más dificultad, curiosamente). Pero lo digo también para quienes hayan sido verdugos. Para el padre que violó a su hija y reconoce la perversidad de la acción. Y para los testigos de malos tratos, porque también ellos quedan dañados. Todos tienen en sus manos la posibilidad de la superación.
Algunas personas necesitan ayuda para salir de su pozo. Ojalá que la sepan buscar y pedir. Ojalá encuentren a quien se la quiera prestar. Podemos ayudar o destruir, hurgar en las heridas o contribuir a restañarlas. ¿De quién son las heridas? ¿De quién las produce?, ¿de quien las sufre? Las heridas son de quien las cura: del amor.

3 respuestas a «Ninguna herida es un destino»

  1. Poseen un listado de posibles traumas o heridas en la niñez.Estoy haciendo un ensayo y me gustaria ampliar la tragedia infantil apra abarcar todo aquello que pueda dejar lesión grave en el adulto.

  2. ES PADRE DARSE CUENTA DE QUE HAY PERSONAS QUE NOS ESCUCHAN Y MAS CUANDO HEMOS PASADO POR UNA SITUACIÓN SIMILAR GRACIAS POR ESTO QUE ESCRIBEN LA VERDAD ME ENCANTA SABER QUE HAY PERSONAS QUE CON UN ESCRITO ASÍ FORTALECEN NUESTRA VIDA

  3. ..Son muy lindas las cosas que se exponen en esta pagina y realmente dan a conocer la realidad. Son cosas que gracias a dios no me pasaron pero creo que al que si las vivio esto le va a servir para superarlo y seguir adelante… Nunca bajen los brazos todo se puede lograr con fe y confianza…

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