Bípedo implume

22 Oct

hombre.jpgHacen falta más argumentos y menos insultos. Estoy saturado de oír al jefe de la oposición, señor Mariano Rajoy, hacer descalificaciones rotundas del Presidente del Gobierno sin argumentación sólida (ni liviana) que las fundamente. Es tarea de la oposición criticar al Gobierno. Y de cualquier ciudadano responsable. Es imprescindible ejercitar la crítica como una responsabilidad ciudadana. Sí. Pero con argumentos. Decir “usted es un irresponsable” lleva a oír una descalificación similar: “el irresponsable es usted”. Decir, como acabo de escuchar, que “el señor Presidente no tiene vergüenza”, así, sin más, es un insulto que se puede devolver con la misma fuerza argumental. Con la misma, es decir, con ninguna. Si se diesen razones y pruebas para fundamentar esas descalificaciones no podrían ser devueltas alegremente. No serían reversibles.
Una cosa es una afirmación y otra una razón o una serie de razones. Hay que explicar por qué se ha llegado a una conclusión. Argumentos, señor Mariano Rajoy, argumentos. No bastan las descalificaciones tajantes, por mucho aplomo que ponga en pronunciarlas. Por muchas veces que las repita.. Aunque puedan tener efecto. (Acaso las utiliza precisamente por eso, porque pueden tener efecto).
Creo que es deber del Gobierno explicar por qué hace las cosas. Y es deber de la oposición explicar por qué hace las críticas. A ambos hay que pedirles argumentos. Me gustaría regalarles a nuestros políticos el librito de Anthony Weston titulado “Las claves de la argumentación”. Hay quien piensa que argumentar es sencillamente exponer sus prejuicios de una forma nueva. Dar un argumento significa, por contra, ofrecer un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión. Algunos confunden pereza de pensamiento con firmes convicciones.
No todos los puntos de vista son iguales, pero para decantarse por uno de ellos deberíamos tener razones consistentes, argumentos sólidos. Los argumentos apoyan las opiniones con razones. “Los otros son unos estúpidos” es una opinión, pero hay que justificarla, hay que apoyarla en razones. Los argumentos son esenciales en la vida política. Sobre todo cuando los ciudadanos no son ingenuos o, al menos, cuando han dejado de ser estúpidos.
Existe una falta de rigor alarmante en la argumentación política. No se parte de premisas fiables (“el Gobierno no sabe dónde quiere ir”, “el Presidente no tiene un proyecto para el país”, se utiliza un lenguaje emotivo (“el Presidente del Gobierno quiere destruir España”), se utilizan expresiones ambiguas (“nos han llevado al borde del abismo”), se incurre en generalizaciones absolutamente gratuitas desde el punto de vista lógico (puesto que alguien del tripartito dijo una estupidez, todos los que pertenecen a él son estúpidos), se utiliza hasta la saciedad el argumento de autoridad, según interese (fulano ha dicho que estamos en el peor momento de nuestra historia, acabo de leer), se aplica arbitrariamente el principio de causalidad (ETA está desarbolada gracias a la anterior política antiterrorista, el problema del Estatuto Catalán lo ha creado el Presidente cel Gobierno), se sacan conclusiones de forma gratuita (negociar con ETA es poner de rodillas al Estado, los hijos de parejas homosexuales tienen taras psicológicas…). No puede ser. No debe ser.
Se incurre en falacia con una frecuencia alarmante. Citaré, además de la ya comentadas, otras tres de las muchas con las que me encuentro cada día:
– Falacia ad hominem: se ataca a la persona en lugar de rebatir sus argumentos (Carod Rovira, por ejemplo, no puede pensar ni decir nada consecuente, todo lo que diga es una mentira o una estupidez).
– Falacia ad ignorantiam: se arguye que una afirmación es verdadera solamente porque no se ha demostrado que es falsa (los primeros días después del atentado del 11M se dijo que la autoría del atentado era de ETA).
– Falacia ad populum: apelar a las emociones de una multitud (el pueblo está muy sensibilizado ante la destrucción de España, la mayoría de los padres y madres quiere que haya clases de religión…).
Otra terrible falacia es justificar que lo que hace el otro es malo, aunque eso mismo, si lo hiciéramos nosotros sería bueno. ¿Quién ha roto el pacto antiterrorista? No ha sido el Gobierno. El Gobierno es quien ha de marcar la política antiterrorista. Y quien ha de secundar esa política es la oposición. Quien ha roto el pacto es, pues, la oposición. Quien rompe el consenso no es la mayoría sino quien siempre se queda solo.
Una de las causas de la confusión es la mala definición de las realidades, o la definición ambigua. ¿Qué es nación?, ¿qué es patria?, ¿qué es satisfacción de los españoles?, ¿qué es buena marcha de la economía?, ¿qué significa España va bien?
La leyenda dice que los herederos de Platón en la Academia, luchando con la definición de “ser humano”, llegaron finalmente a esta joya: Un ser humano es un bípedo implume. “Bípedo” (es decir: animal de dos patas) es el género propuesto; “implume” es la diferencia propuesta. Recuerde el lector que los griegos no se habían tropezado todavía con los monos, así que los filósofos perseguían, simplemente, distinguir a los humanos de los pájaros, los únicos otros bípedos conocidos. Implume cumple el requisito. O al menos lo cumplía hasta que Diógenes desplumó un pollo y lo arrojó por encima de la pared de la Academia. He aquí otro bípedo implume.
Hay argumentos falaces, además de trampas en las difiniciones. Por ejemplo, éste: Bebo whisky con soda y me emborracho, bebo coñac con soda y me emborracho, bebo anís con soda y me emborracho, luego la soda emborracha. Otro ejemplo: tengo un saltamontes en una mano y le digo mostrándole la otra: saltamontes, salta. Y salta. Después de varios saltos de una mano a otra, le corto todas las patas. Le digo de nuevo: saltamontes, salta. Y no salta. Conclusión: cuando a un saltamontes se le cortan las patas, no oye.
Nos sorprenderíamos si sometiésemos a un análisis riguroso muchas de las afirmaciones que se hacen en el Parlamento. Qué decir de las que se hacen en los púlpitos. Como profesor, también me preocupa el rigor de muchas afirmaciones que se hacen en las aulas.
Hemos de buscar el rigor al expresarnos y hemos de exigir rigor en la argumentación cuando escuchamos. Prestemos atención. Es impresionante el aluvión de afirmaciones gratuitas, infundadas y falaces que escuchamos cada día. Más inadmisible resulta comprobar que se insulta sin contemplaciones. Porque sí. Porque apetece. O porque se piensa que puede traer interesantes réditos electorales. Si los electores fuésemos más exigentes otro gallo cantaría.

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