Invitación al optimismo

11 Sep

Comienza un nuevo curso escolar. Es un motivo y una ocasión para entregarse al optimismo. Ya sé que resulta chocante invitar al optimismo después de lo ocurrido en la escuela rusa de Osetia, en la que los niños y las niñas han sido (en un comienzo de curso inolvidable) vilmente utilizados, masacrados y torturados psicológicamente. ¿Qué se puede aprender de esta lección sobrecogedora, que ha venido a engrosar el currículum de esta escuela desconcertante que es el mundo? Ya sé que resulta paradójico invitar al optimismo cuando existen tragedias, dificultades, carencias, torpezas y problemas. No es un capricho el hacerlo, sino una exigencia consustancial a la educación. “Educar no es sólo una forma de ganarse la vida; es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros”, dice Emilio Lledó. Quiero en estas líneas hacer hincapié en algunos motivos (intrínsecos a la tarea unos, otros circunstanciales) que exigen y a la vez generan optimismo y esperanza.
–La tarea educativa es consustancial con el optimismo. De hecho se basa en el presupuesto de que el ser humano es perfectible. Negar este postulado inhabilita para el ejercicio de la profesión docente. La tarea educativa no se puede entender ni ejercer sin optimismo. Perdería su sentido más profundo. Lo explica Savater con su habitual claridad: “En cuanto educadores no nos queda más remedio que ser optimistas. Y es que la enseñanza presupone el optimismo tal como la natación exige un medio líquido para ejercitarse. Quien no quiera mojarse, debe abandonar la natación; quien sienta repugnancia ante el optimismo, que deje la enseñanza y que no pretenda pensar en qué consiste la educación. Porque educar es creer en la perfectibilidad humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber que la anima… Los pesimistas pueden ser buenos domadores pero no buenos maestros”.
–Se trata de una tarea que supone y exige relaciones interpersonales lo que, potencialmente al menos, resulta más gratificante que la simple manipulación de materiales sin capacidad emocional, buena o mala. No es igual trabajar con prendas de vestir, con productos químicos, con talones bancarios o con piezas de vehículos. Es cierto que las personas pueden reaccionar conflictivamente, pero también es cierto que las personas suelen responder con sensibilidad y afecto.
–Trabajar con la infancia y la juventud es una invitación a la esperanza y al optimismo. Los niños y los jóvenes tienen salud, muestran una vitalidad extraordinaria, hacen proyectos, tienen la vida por delante. La distancia generacional puede crear un abismo entre docentes y alumnos (una distancia que, por ley de vida, se agranda progresivamente) o puede invitar a construir puentes que permitan mantener el diálogo, la relación y la convivencia democrática. Otra cosa, creo yo, es trabajar en un hospital, en un geriátrico, en un psiquiátrico, en un centro penitenciario o en un centro de salud mental…
–La repercusión de la tarea del educador o educadora es casi inevitable. No tiene ni la inmediatez ni la visibilidad que la de otras profesionales, es cierto. Pero creo que las sementeras de la educación son inevitables. A veces, eso sí, se producen a largo plazo. Es magnífica la carta que Frei Beto ha escrito al fallecido Paulo Freire agradeciéndole la influencia que tuvo cuando fue profesor del presidente brasileño Lula. Le dice, entre otras cosas hermosas: “A lo largo de las últimas cuatro décadas sus alumnos fueron pasando de la esfera de la ingenuidad a la esfera de la crítica, de la pasividad a la militancia, del dolor a la esperanza, de la resignación a la utopía…”.
–Se trata de una tarea ejercida en un equipo profesional. También aquí existe la doble posibilidad: puede haber conflicto o satisfacción. ¿Por qué ha de tener más peso la dimensión negativa y pesimista? En el seno de un grupo es posible encontrar intercambio, diálogo, ayuda, respaldo, solidaridad, afecto y aprendizaje. Las enormes posibilidades que encierra el trabajo colegiado no son frecuentemente explotadas para el enriquecimiento de los profesionales.
–Frecuentemente se vive la tarea desde un intenso presentismo y desde un duro aislamiento, desconectada de la visión de conjunto que ofrece la historia (pasada y presente) de la educación en el mundo. Millones de profesionales de la educación han trabajado y trabajan en las aulas haciendo posible la iluminación del pensamiento, la transmisión de los saberes y el aprendizaje de la convivencia. Pertenecer a ese ejército pacífico, a esa legión de personas que han contribuido y contribuyen tan eficazmente a la lucha de la dignidad es una fuente de esperanza. En un momento de la historia en el que tener acceso a la información confiere poder, los educadores se dedican por oficio a compartir el conocimiento de que disponen y a facilitar e instar a la búsqueda de nuevos conocimientos. Tres obreros trabajan en la construcción de la catedral de Chartres. Al ser preguntados por lo que hacen, uno dice que está colocando una piedra, otro que está levantando una pared, el tercero sostiene que está construyendo una catedral. Los tres realizan la misma tarea pero la perciben, la viven y hablan de ella de manera diferente.
–La profesora inglesa Joan Dean dice que los educadores son poco dados a compartir los éxitos y los motivos de satisfacción que se encuentran en su práctica diaria. Están más propensos, afirma, a comentar los problemas y a magnificar los fracasos. Por eso se privan de una rica fuente de motivación y de esperanza. Compartir los éxitos, las satisfacciones, las manifestaciones de gratitud expresadas por los alumnos o por sus padres es una fuente de optimismo, de estímulo y de esperanza.
–Hay formas diferentes de enfocar las dificultades. Se pueden vivir como maldiciones o como retos. Un profesional de la medicina que se encuentra con una nueva enfermedad puede maldecir su profesión y su falta de preparación o puede estimularse para la investigación, el estudio y el fortalecimiento de su compromiso. Las dificultades de la enseñanza (grupos grandes, diversidad creciente, escasos materiales, malas condiciones, presión externa inhibidora, escasa valoración de la práctica, problemas de disciplina, torpeza y desinterés de algunos políticos…) se pueden vivir de forma estimulante o de manera amarga y derrotista.
–La tarea de enseñar es una tarea que perpetúa a las personas en la forma de ser, de pensar y de sentir de otras. Dice Rubén Alves, en su hermoso libro ‘La alegría de enseñar’: “Enseñar es un ejercicio de inmortalidad. De alguna forma seguimos viviendo en aquellos cuyos ojos aprendieron a ver el mundo a través de la magia de nuestra palabra. Así, el profesor no muere nunca…” .
Dicen que el escritor francés Edmond Rostand, al cumplir los ochenta años, se miró al espejo y dijo: “Desde luego, los espejos ya no son lo que eran”. Se equivocaba, claro. Pero, ¿no se equivoca de una manera más dramática la persona de veinte años que se mira al espejo y exclama: “Soy un pellejo inservible. No merezco vivir”? De equivocarnos, es más inteligente hacerlo como el escritor francés. Feliz curso.

6 respuestas a «Invitación al optimismo»

  1. HOY ME QUEDE PENSANDO SERIAMENTE SI REALMENTE SOMOS ASI, GRACIAS A DIOS FUIMOS LAS TRES MAESTRAS QUE COMPARTIMOS LOS MISMOS GRADOS Y LAS TRES NOS PREGUNTAMOS SI SOMOS OPTIMISTAS FRENTE A LAS DIFERENTES SITUACIONES ÁULICAS…LO VAMOS A TRATAR SERIAMENTE, GRACIAS UNA VEZ MÁS…

  2. Cada año que comienza el cursado vuelvo a este texto y lo descubro aún más vigente que el anterior. Ese es el poder de la palabra, esa es la riqueza de la expresión, esa es la voz que el autor nos brinda a todos. ¡Gracias!

    • Querida Antonela:
      Muchas gracias por tus palabras y por volver cada comienzo a ese texto que pretende ser una invitación al optimismo.
      Una razón más para hacerse fuertes en esa actitud es que haya profesionales como tú, con tanta pasión, con tan profundo compromiso y con un nivel tan alto de ilusión.
      Gracias por ser como eres.
      Besos.
      MÁS

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