Conectarse para estar desconectado

4 Ago
Mientras escribo, mis vistas.
Mientras escribo, mis vistas.

Era Borges el que sostenía que “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”. Miro el muro de Facebook desde la cama de este hotel, un hotel cualquiera, 15.47 de una siesta incierta, de un día cualquiera de este verano raro, lejos de todo, y os veo a todos. Pienso en un experimento internaútico, publicar una foto mía y ver qué pasa.

Capas de tiempo y espacio, solapadas, enterradas unas encima de otras, hasta el infinito o hasta el olvido. Información incesante, fotos, textos, gifs…, que se pierde y que solo algunos, antropólogos digitales, recuperarán. Gente aislada al otro lado, rostros de arcilla, nombres que conozco y desconozco, alzando sus manos, estirando sus dedos al cielo, dedos que son Likes, en un vano intento de sobrevivir. Una paradoja sugerente: gente aislada conectada por las redes sociales.

Personas aisladas que desde su mutismo y soledad emiten señales al mundo. Javier Puche, nuestro querido amigo y escritor, tiene los mejores post -le los llama “estados”, acertadamente- de todos los muros que conozco. En una ocasión, sentenció: “Facebook o la incesante angustia del naufrago que anhela ser divisado en medio del mar”, y me explicó después que el mar es Facebook, nuestras publicaciones botellas con mensaje lanzadas al agua y los Likes podrían ser los salvavidas.

“Facebook como una sábana santa o como una estepa nevada de Siberia”, le respondí aunque no sé muy bien lo que quise decir. Recuerdo que una noche de fiesta, un tipo al que no conocía pero que me hablaba como si nos conociéramos de siempre, me dijo: “en internet nada se borra, sólo cambia de carpeta”. Un sistema endeleble que desaparece. Otra contradicción.

Mi experimento consiste en publicar una foto mía, de hace tiempo, sin barba, con un texto que diga: “Despertar de una siesta de verano, lo suficientemente lejos, y comprobar en la pantalla de tu móvil, que ya eres otro”. Al instante Likes, asombro, comprensión, halagos… Experimento superado. Las redes sociales son la vida, una vida expandida, pero una vida; los usuarios de las redes somos tan humanos como en la vida. Nuestras relaciones son las mismas desde la primitiva cueva hasta este infinito techo digital.

06.55 de la madrugada. Una hora que no existe para casi nadie. Soy el primero en encender la máquina. Escribo algo en un Word en blanco. Una leve claridad incesante entrando por los ventanales de este hotel. Me sirvo café de un termo, y pan con tomate. Miro al volcán que parece una antena de telecomunicaciones. Pájaros despertadores que gritan; no se les ve. Me gusta esa cualidad de las aves, su rotunda presencia y simultánea invisibilidad. Otra paradoja. Aquí, dentro, en esta gigantesca sala vacía, comienza lenta y poderosamente el espectáculo 2.0.

Luces verdes que se encienden, los primeros comentarios, los primeros MeGustas del día, las primeras fotos, amantes clandestinos en retirada que se hablan por Messenger, aunque ninguno es capaz de despedirse, y maldicen el nuevo día, gente con miedo, palabras puente, odio, publicaciones de periódicos compartidos, clickbait, ciberanzuelos, spam, promociones, ataques de sinceridad, selfies, vacío, agujeros de gusano y fotos de perfil… Es todo lo veo desde esta atalaya lejana en el espacio físico, en estas vacaciones de isla, playa y desierto, y tan cercana en el espacio digital. De nuevo, la contradicción, la paradoja.

La realidad como refugio. Hago tiempo desde estas vacaciones forzosas. Leo algún comentario azaroso, doy algún Like sin mucha convicción, reviso el privado -tengo una tendencia a dejarme mensajes sin contestar, lo siento…- Me escondo, unos días, en la realidad para que no me molesten en Facebook, me digo, y ese instante caigo en la siguiente paradoja. Quiero desconectarme, y sólo pensar en desconectarme, de alguna manera, me vuelve a conectar. Voy más alla: conectarme para poder desconectarme. No hay más.

 

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