Viajes de Semana Santa en Google Earth Pro

7 Abr
Fotograma de Google Earth Pro sobre Wildwood, USA.
Fotograma de Google Earth Pro sobre Wildwood.

Lo mejor de viajar, da igual dónde, es no albergar ilusiones: un acto ficcional constante, sin esperanzas. Una arquitectura de la incertidumbre. En fin, de la sorpresa.

Decidieron volver a Estados Unidos, veinte años después, a través de la pupila de Google Earth, para intentar entender algo, para recordar lo olvidado. “¿Cuánto se pierde cuando se gana?”, se preguntó ella. Se pusieron unas copas de ginebra y volvieron a navegar, a cruzar el Oceáno Atlántico, vacaciones de Semana Santa 2018, ahora gracias a Internet. Decidieron empezar de nuevo.

Un viaje real, con búsquedas reales… “Nos dejaremos llevar”, y añadió él, “como siempre”. “La información geográfica del mundo en tu mano, decía la web. Explora el relieve, edificios 3D y otras imágenes. Busca ciudades, sitios y empresas locales. Descargar Google Earth Pro”. Entendieron que abrían una nueva dimensión del viaje, de la memoria, de la sorpresa…, se ilusionaron. Un acto ficcional, ¿qué no?.

El mundo empezó a dar vueltas, sus cabezas empezaron a dar vueltas. Escribieron en el buscador: Wildwood, Nueva Jersey, Estados Unidos. De pronto, en un rápido movimiento de manos, como si fuese un tahúr o un notario repartiendo DNI´s, llegaron, el mundo en sus manos, deslizándose, sinuosa acción, y la imagen se colocó encima de la ciudad elegida. “Cartografía del siglo XXI desde el salón de casa”, rieron.

Hacerse con una herramienta, que en principio es pura tecnología neutra, sintética, fría, y convertirla en un objeto poético. Se encontraron en las calles de Estados Unidos en las que, veinte años atrás, montaban en bici, sobre las playas que bañan las aguas del Atlántico, al otro lado del mapa, paseando en el BoardWalk de Atlantic City, cenando en la heladería Shea-Shell, viviendo en la calle Garfield… Recorrieron cada rincón de aquella memoria borrada, como si fuera de película, porque allí, en USA, siempre todo es de película, y volvieron a sentir, empezaron de nuevo.

Revisaron el espacio, intentaron entender sus mutaciones, la vida real de América sobre una hercúlea crisis de identidad, observaron entre las rendijas de las persianas de la red a millones de personas que se sienten invisibles, una sociedad dividida por calles, por razas, brechas fantásticas y etéreas, gente frustrada sobre tiempos muertos, gente asustada que vota a Trump, gente asustada que vota, gente asustada, gente… Una crisis, en fin, de soledad, una epidemia de soledad brutal. América parecía haber cambiado.

Una arquitectura de la incertidumbre. Descubrieron, en aquel viaje internaútico, que la memoria no existe y que siempre es fruto de la imaginación. Todo había cambiado para no cambiar nada. Las calles, las playas, las licorerías, los casinos…, nada se parecía y todo era igual a la vez. “La memoria solo es una excusa para justificar nuestro presente”, dijo él y añadió, “una peli en la que siempre somos los buenos, una novela en la que siempre quedamos bien”.

El relato siempre es subjetivo. El Kentucky Fried Chicken convertido en una gran vaca gorda a punto de estallar, Nueva York sin el World Trade Center, vulgar en su skyline vulgar, como cualquier otra ciudad del mundo, una ciudad pobre y sucia, el país de las oportunidades intubado, en silla de ruedas, casi vegetal, fantasmas en Central Park y batidos de medio litro de chocolate y plátano que ya no saben igual derramados por los suelos. Todo es veneno y nada es veneno.

Un viaje ficcional, una arquitectura de la incertidumbre. Algún día el tiempo real –como magnitud física con la que medimos la duración de acontecimientos-, será equivalente al tiempo del motor de búsqueda de Google Maps. Cerraron la sesión, terminó el viaje. Se echaron a dormir, se dejaron llevar, después soñaron que aquel viaje solo era parte de su memoria borrada y mentirosa, orea vez, como en un bucle eterno, hasta el final.

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