Pongamos un Chiquito en nuestra vida

18 Nov
Chiquito de la Calzada.
Chiquito de la Calzada.

Si cuando andabas, bailabas, y parecía que tropezabas, Chiquito, y en verdad quedabas colgando de un hilo que nos juntaba, y que enlazaba todas nuestras risas y hacía huir nuestras miserias, y así, en ese terremoto leve del mecer de tu vaivén, a todos nos iba mejor o, al menos, lo parecía.

Chiquito de la Calzada nos dejó el pasado fin de semana a los 85 años en su/nuestra querida Málaga. Siempre he sentido un cierto rubor ante el luto y la despedida, y he necesitado algo de tiempo y reflexión para incubar el qué decir o hacer. No conocí personalmente a Chiquito pero no me hizo falta. La admiración, el respeto y el cariño por su personaje siempre fue extraordinario. Nos pasó a todos.

Hay consenso, un consenso emocional al respecto. En un país donde todos coincidimos en lo negativo, Chiquito nos hace estar juntos en lo positivo. “Era un genio”, me dice El Morta, y me habla de su mala memoria y de cómo andaba de una pata a otra del escenario buscando el chivatazo de su representante: “cuenta el del bombero”, y él, Chiquito, fingía, y el resto, sin saber de su olvido, reíamos.

Chiquito era un raro prodigioso, bueno, real, divertido, extravagante con sus largas patillas y sus camisas de fantasía, como una especie en extinción, un antídoto contra cualquier lugar común, una fiesta de nuevas palabras, inventadas, usando el lenguaje como un chicle, mezclando su particular universo con el malagueñismo retóricoy útil de nuestros abuelos. “Benditos los raros”, alzamos las copas y brindamos por las ausencias con Manolo Medina que se emociona contando los últimos días del genio.

Hay personas en el mundo, amigos, que no contentos con el titánico esfuerzo de crear personajes intentan hacer un personaje de sí mismos. No es el caso de Chiquito. Hablo con unos y otros, amigos suyos, y todos coinciden en que el Chiquito del escenario, el de la tele y el tablao, era el mismo Chiquito que invitaba sin pagar en el Café de Chinitas y el mismo que saludaba varias veces a la misma persona en calle Larios. Ser natural es la más compleja de las poses. Él lo consiguió.

Chiquito era él, cien por cien, sin pliegues, ni máscaras. Era él, era verdad. No hay nada más admirable que la naturalidad. Bueno, en verdad sí, hay algo: la bondad. Manuel Sarria me cuenta que, ante todo, Chiquito de la Calzada era una buena persona. La bondad es la única inversión que nunca quiebra. Chiquito era buena persona y, decir eso, es decir mucho, muchísimo. Chiquito era buena persona y era pura verdad.

Manolo Doña me cuenta en la tele la anécdota de una boda en la que Chiquito, ante la falta de monaguillo, se brindó a escoltar al cura. Oficiaba el sacerdote y Chiquito hacía lo que podía: Jarll, No puedorrr, Pecadorrr… El momento debió ser muy loco. Me lo cuenta y reímos imaginando una escena que, de haberse producido en la era de Youtube, hubiese sido uno de los virales más grandes y graciosos de la historia.

Recuerdo la primera vez que vi a Chiquito. Fue en Marbella, de veraneo, en la tele, y recuerdo quedarme pasmado ante aquel señor mayor con patillas, que contaba unos chistes infinitos, chistes meseta, que se movía espasmódicamente y nos hacía reventar de risa a toda la familia con sus chistes antiguos y, en ocasiones, muy malos. Pero el chiste, en su caso, era lo de menos. Lo importante era el camino, el proceso… Pura filosofía adaptada.

Naturalidad, bondad, filosofía, humor, un raro prodigioso y necesario. Yo colocaría a Chiquitos en lugares estratégicos del país: un Chiquito en los coles, otro en los partidos políticos, en las empresas, en las familias…, Chiquitos repartidos por España contra el desacuerdo y la vulgaridad. Un Chiquito de la Calzada cada 1.000 habitantes y la vida sería mucho mejor, respiraríamos un aire más fresco.

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